Omega Moonwatch: de la pista a la Luna
La trayectoria del cohete que llevó al Omega Speedmaster a convertirse en Moonwatch es fascinante. La historia la hemos escuchado muchas veces, pero nos gusta tanto, que siempre es bueno volver a ella y recordar cómo este gran cronógrafo se transformó en el ícono de la relojería que es hoy.
Orígenes del ícono
Originalmente diseñado como cronógrafo para carreras de autos y deportes en general, y lanzado en 1957 como parte de una trilogía, que incluía además un rediseñado Seamaster y un súper preciso Railmaster –que nunca generó mucha pasión–, el Omega Speedmaster pronto capturaría la atención del mundo entero, incluida la NASA. A mediados de los 60, una década convulsionada pero muy entretenida, fue sometido a una serie de pruebas muy rigurosas junto a otros grandes relojes de la época, en las que debía soportar condiciones extremas de temperatura, vibración, golpes y, obviamente, vacío. El Speedmaster no sólo superó todas esas pruebas, sino que dejó mordiendo el polvo cósmico a sus contrincantes, transformándolo en la selección oficial como el reloj de las misiones espaciales tripuladas de la NASA.
Omega ya era una casa relojera prestigiosa con un gran legado en esos años, pero la elección del Speedmaster de tercera generación como el reloj escogido para la muñecas de los astronautas lunares en 1963, puso a la casa suiza un par de peldaños por sobre sus competidores. Ni siquiera Rolex fue capaz de cumplir a cabalidad con los requisitos de la agencia espacial.
Es en 1969 –año en que nace la Internet y Led Zeppelin lanza su primer álbum–, que el bueno de Buzz Aldrin llevará en su muñeca un Omega Speedmaster durante la misión Apollo 11, conectando así esta pieza relojera con nuestro satélite natural para siempre, y transformándolo en el “Moonwatch”. En todas las misiones Apollo siguientes el Moonwatch fue una pieza infaltable, y desde entonces el Speedmaster adornó las muñecas de astronautas, presidentes y celebridades, consolidando su condición de ícono, un reloj fuera de este mundo.
Fundamentos del diseño
El primer Speedmaster, el CK 2915 de 1957, también llamado “Broad Arrow”, se inspiró en los tableros de los autos deportivos italianos de la época para el diseño de la esfera y la ubicación de los contadores del cronógrafo, en concordancia con su carácter automovilístico. Este diseño del suizo Claude Baillod es un ejemplo precioso de equilibrio y proporciones: caja de 39 mm –el mejor diámetro y punto–, asas rectas, manecillas grandes en forma de flecha y bisel de acero con taquímetro en negro. Bello.
La referencia CK 2998 de 1959, segunda versión del Speedmaster, aumentó su diámetro a 40 mm y adoptó agujas alfa y bisel de aluminio negro para mejorar aún más la legibilidad. En 1962, con el ST 105.002, Omega introduce al fin las típicas agujas del Speedmaster, y un año después, la casa relojera lanza la caja asimétrica de 42 mm con protección para los pulsadores y la corona que se sigue fabricando hasta el día de hoy, casi sin modificaciones.
El primer movimiento que latió dentro de un Speedmaster fue el famosísimo Calibre 321, presentado como proyecto conjunto por Omega y Lemania (filial de Omega por entonces) en 1942. El 321 no sólo es lindo de ver, sino que además se le considera uno de los mejores cronos de embrague lateral con rueda de pilares de la historia, por eso también lo han utilizado gigantes como Breguet, Patek Philippe y Vacheron Constantin. Un evento muy importante en esta historia sucede en 1946, cuando se le añade protección contra los campos magnéticos y los choques, lo que más tarde resultaría fundamental para superar las pruebas de la NASA. Actualmente, el corazón del Speedmaster es su movimiento cronógrafo mecánico de cuerda manual calibre 3861, un movimiento que continúa la herencia horológica de la pieza al poseer carga manual, pero que presenta todas las características de un calibre moderno, es decir, más precisión, más resistencia a los campos magnéticos y más reserva de marcha: 50 horas.
El diseño del Omega Speedmaster Moonwatch Professional –nombre completo del susodicho– es un ejercicio de purismo extremo. Su esfera profundamente negra con sus marcadores y manecillas profundamente blancos generan un contraste absoluto, perfecto para una lectura fácil e inmediata de la hora y los tiempos del cronógrafo. Queda claro que esta paleta monocromática fue uno de los requisitos espaciales que Omega cumplió ciertamente, y no es difícil comprender por qué entonces este diseño base acertó tanto, convirtiéndose en el lienzo de decenas de iteraciones posteriores, tanto propias como de otras marcas buenas para el “homenaje”.
Algo de lo que no se habla tanto es la elección del cristal de Hesalite, un nombre bonito para un tipo de plástico, seleccionado específicamente por su capacidad para resistir los cambios bruscos de presión atmosférica. Aunque es más propenso a los arañazos que el zafiro, el Hesalite puede deformarse ligeramente bajo presión sin romperse, ofreciendo una seguridad adicional durante las misiones espaciales. Estos detalles son los que hacen de este reloj una obra maestra del diseño industrial, un objeto de culto que con sus asas torcidas produce mayor resistencia estructural con mayor ligereza material.
Influencia en la industria
Si hablamos de influencia, el Omega Speedmaster Moonwatch Professional es el equivalente al influencer con más seguidores del mundo. Su relación con las misiones espaciales de la NASA no sólo solidificó su reputación como un reloj que podía funcionar bajo las condiciones más extremas, sino que también estableció un estándar en términos de lo que se espera de los relojes diseñados para la gran aventura. Ser el reloj de la agencia espacial y acompañar a los astronautas hasta la Luna es, seguramente, lo más cool a lo que se puede aspirar. Por eso, varios fabricantes han seguido el camino. Casas como Breitling, Fortis, Seiko, Bulova, Sinn y otros más, han ido más allá de la estratosfera y la capa de ozono.
Durante estos años, el Moonwatch ha visto nacer incontables variaciones de su forma original, muchas de las cuales son ediciones especiales que conmemoran diversos eventos espaciales, ediciones que no sólo celebran acontecimientos históricos, sino también innovaciones técnicas que se han ido introduciendo en el reloj, cómo parte de un proceso industrial natural de mejora continua. Esta evolución, presente en la mayoría de los modelos con historia, se manifiesta en el Moonwatch de una manera singular, una que ha mantenido al reloj en la vanguardia del diseño relojero, pero siempre-siempre resguardando la esencia del modelo original. Un desafío no menor, sobre todo cuando se tiene un producto ganador y la tentación comercial es alta.
Esta consistencia por tantos años ha puesto al reloj, obviamente, en muñecas de figuras muy importantes y como protagonista en momentos críticos de la historia, lo que ha enriquecido su narrativa, su épica. El Moonwatch es visto por la industria y por los coleccionistas como un símbolo de logro y perseverancia del espíritu humano, y cuando a esto tan subjetivo le sumas unas cucharadas de calidad técnica objetiva y una pizca –probablemente más de una pizca– de diseño proporcionado, altamente atractivo, obtienes un producto exitoso, atemporal, un ejemplo a seguir para toda la industria. Sobre todo la del lujo, que requiere de un componente emocional para acompañar su oferta, tan exclusiva como innecesaria.
Presente y legado
El Moonwatch sigue siendo hoy un pilar fundamental de la colección de Omega, disfrutando de un bien ganado estatus especial. Por lo mismo, reconociendo la importancia de preservar la autenticidad histórica del reloj y permitir la innovación continua, la casa de Bienne tomó la decisión estratégica de separar la línea Moonwatch de la línea Speedmaster general. Esta división ha permitido mantener la esencia del reloj lunar original en una línea, mientras que la otra puede seguir evolucionando como un cronógrafo deportivo, introduciendo nuevas tecnologías y diseños sin alterar el legado del Moonwatch.
El Speedmaster Moonwatch, testigo de la carrera espacial, sigue siendo, 66 años después, un participante activo en la exploración del espacio. Es un ícono cultural que simboliza la aventura humana y el deseo de explorar lo desconocido. Omega, que en primera instancia nunca supo del concurso que había ganado, ha sabido asegurar este legado con su permanente celebración, a través de exposiciones, ediciones limitadas y colaboraciones, manteniendo viva y actual la narrativa del Moonwatch. A su vez, el grupo Swatch, dueño de Omega, sabe muy bien cómo sacar partido a lo que tiene con sólo agregar una “S” –mi única referencia al MoonSwatch–, por lo que seguiremos viendo suficientes iteraciones del Moonwatch, en metal o plástico, como para cubrir la distancia entre la Tierra y la Luna, varias veces.